El eco del ataque contra Irán en un archipiélago sin voz
El presidente Donald Trump anunció que Estados Unidos atacó tres bases nucleares en Irán, y acá en Puerto Rico, seguimos mirando sin poder actuar, elucubro a esta hora

La noche caribeña de hoy se siente distinta. Escucho el canto de varios coquíes que parece que viven en la mocheta de la ventana de mi cuarto, el eco de ese pasillo aumenta el sonido, pero yo no logro conciliar el sueño a esta hora, pasada la medianoche. Siento que ese “coquí, coquí” compite en mi mente con el zumbido lejano y ominoso de las noticias que llegan desde Washington.
Mi mente divaga entre el saber que aquí lidiamos con la fragilidad de una red eléctrica privatizada, la selección de una nueva presidenta en la Universidad de Puerto Rico a quien la abrumadora mayoría detesta, y los debates interminables sobre nuestro estatus, pero no puedo dejar de pensar en la noticia de hoy. El hombre que ostenta el título de nuestro Comandante en Jefe impuesto, sin que hayamos podido votar por él, ha prendido fuego al polvorín en Oriente Medio.
El presidente Donald Trump, desde la Casa Blanca, anunció que tuvo un "espectacular éxito militar". “Targets are obliterated” (Los objetivos fueron destruidos) dijo Trump, según reportó The Washington Post. Tres bases nucleares iraníes, dijo, han sido "completa y totalmente volatilizadas", según informó El País.
Inmediatamente el líder de la minoría en el Senado, Chuck Schumer, exigió respuestas de Trump ya que ordenó los ataques contra Irán sin tener la aprobación del Congreso, dijo CNN. Pero para eso no hay respuestas todavía.
Permanece en el aire la sensación de que los “boys” mandan. Trump hizo el anuncio rodeado de su combete con el vicepresidente JD Vance, el secretario de Estado Marco Rubio y el secretario de la Defensa Pete Hegseth. Así le dijo al mundo que tres bases nucleares - Fordow, Natanz e Isfahán - fueron destruidas, y todavía no sabemos cuántos murieron allí. Eso no lo dijo. Lo que sí prevaleció en sus tres minutos de mensaje fue ese lenguaje jaquetón, de troll en una red social, para describir una acción que podría costar incontables vidas humanas y sumir al planeta en una espiral de violencia impredecible.
La retórica triunfalista encontró eco inmediato en su aliado más cercano en esa zona de conflictos. El sanguinario Primer Ministro de Israel, Benjamín Netanyahu, no tardó en agradecer a Trump, empujándonos la frase de que "la paz nace de la fuerza", como publicó Russian Television y Actualidad RT. Es una frase tan antigua como la guerra misma, una justificación que ha servido de preludio a los conflictos más sangrientos de la historia. Pero por el otro lado no se quedaron atrás. La Guardia Revolucionaria iraní respondió de forma igualmente categórica y escalofriante: "ahora la guerra ha comenzado", según TeleSur.
No hay matices ni sutilizas ni tacto. No hay ambigüedad. Las cartas están sobre la mesa y siento que el mundo contiene la respiración, como lo hago yo ahora mismo.
Me pregunto, ¿qué viene después? En estos momentos, la guerra ya está teniendo efectos devastadores, incluso antes de que el siguiente misil sea disparado. Estoy casi segura de que los mercados bursátiles globales se desplomarán al abrir, y quizás el costo del barril de petróleo se disparará a niveles no vistos en años. Sabemos lo que eso implica: un nuevo golpe directo al bolsillo de cada habitante del planeta, muchos que ya están sintiendo el efecto de la guerra de los aranceles.
La diplomacia, ese arte paciente y complejo de la negociación, ha sido dinamitada. Las alianzas están bajo presión. Europa se encuentra ante la encrucijada, atrapada entre su lealtad histórica a los Estados Unidos y la catástrofe que se avecina en su vecindad. Rusia y China, rivales estratégicos de Washington, seguramente moverán sus fichas en este tablero buscando sacar provecho del caos. Pienso que estamos, en este preciso instante, viviendo en un mundo más inestable y peligroso que ayer.
A esta angustia por la nueva guerra se suma una tristeza vieja, una que se ha vuelto parte del paisaje informativo de quienes nos apegamos de a la verdad, a decir los hechos tal y como acontecen, sin tapujos ni maquillajes. El genocidio que se comete en Palestina nos revienta en la cara a quienes tenemos corazón.
Vemos las crueles imágenes, escuchamos los testimonios de un pueblo que ha sido sistemáticamente arrasado, y el silencio del gobierno de Trump no es un simple vacío, es un grito ensordecedor de complicidad. La inacción global, los vetos en la ONU a favor de Israel, el apoyo incondicional sin importar las atrocidades, han creado un ambiente en el que la ley internacional es ignorada y los derechos humanos se convierten en un estorbo para los poderosos que siguen callados. El mundo observa, pero las potencias que deberían actuar se hacen cómplices con su inacción y su silencio.
Entonces llega a mi mente esa pregunta constante para la que no encuentro respuesta, pero que cada vez que me la formulo, siento que congela mis huesos y me recorre la espalda. ¿Qué pasaría si eso fuera aquí en Puerto Rico? Es decir, ¿ocurriría exactamente lo mismo que en Gaza si Washington decidiera que sus intereses estratégicos son más importantes que las vidas de los 3.2 millones de puertorriqueños, ciudadanos americanos en esta isla? ¿Quién levantaría la voz por nosotros entonces?
Si el mundo es capaz de mirar hacia el lado mientras el pueblo palestino sufre masacres, ¿por qué sería diferente para Puerto Rico? Esta duda me lleva a confrontar la aterradora realidad de que la ciudadanía americana es un compromiso condicionado, más que un derecho innato, y que nuestra existencia está en manos de la benevolencia de un poder del cual no tenemos control real.
¿Garantías de paz? Una pregunta ingenua que me hago. Esa pregunta sobre qué garantías hay para la paz mundial veo que se responde también con un silencio aterrador. No veo las respuestas.
Antes parecía que existan. Frágiles, pero aparentaban estar ahí. Les llamaban tratados, acuerdos y organismos multilaterales. El acuerdo nuclear con Irán, del que Estados Unidos se retiró unilateralmente, era precisamente uno de esos cortafuegos. Fue imperfecto, sí, pero representaba un compromiso con el diálogo sobre la confrontación.
Hoy, la única "garantía" que se ofrece es la de la fuerza bruta. Es hallar la paz de los cementerios, la tranquilidad que sigue a la aniquilación. Las Naciones Unidas, probablemente convocarán una reunión de emergencia en su Consejo de Seguridad, donde las mismas potencias que avivan el conflicto ejercerán su poder de veto para asegurar que nada se haga. La paz mundial no está garantizada, pende del hilo más fino de la historia reciente.
Y vuelco a preguntarme, nosotros como puertorriqueños, ¿dónde quedamos? Desde el encierro en mi cuarto-oficina mientras escribo, siento que la guerra en Irán puede parecer lejana porque no me incumbe. Esos son musulmanes o del Medio Oriente, y allá se entienden, pienso, como cuando digo la frase de “allá ellos que son blancos y se entienden”. Es una crisis que no es mía, me dijo a mí misma, pero sé que es una ilusión peligrosa. Como puertorriqueños, estamos atados a esta crisis de una manera profunda y dolorosamente impotente.
Lo primero son los soldados. Somos carne de cañón para las guerras americanas y lo hemos sido siempre. ¿No fue acaso para la Primera Guerra Mundial que aquí se impuso la ciudadanía americana porque necesitaban soldados? Como siempre pienso, nuestros soldados siempre son héroes y valientes, y pienso en ellos. Son nuestros hijos, hermanos y vecinos los que serán enviados a ese desierto a luchar y morir en un conflicto que no fue consultado con nosotros, sus compatriotas. Llevaremos el peso de las bajas sin haber tenido el poder de la decisión.
Entonces pienso en lo malo que está Puerto Rico y su economía. Si el petróleo se dispara, nuestra ya maltrecha y privatizada red eléctrica, dependiente del combustible fósil importado, nos pasará una factura impagable. El costo de la gasolina, de los alimentos que importamos, de todo, se encarecerá, asfixiando aún más a una población que no se ha recuperado ni de la quiebra, ni de María, ni de la pandemia. Seremos víctimas económicas directas de una decisión tomada a miles de kilómetros de distancia.
Y entonces caigo en la cruda realidad de nuestra subordinación política. Somos un territorio no incorporado. Una colonia. En el ajedrez global, Puerto Rico antes era una pieza estratégica por su ubicación geográfica y sus bases militares, pero ya ni eso en esta era de guerras con drones y con Inteligencia Artificial. Los puertorriqueños somos peones sin voluntad propia. Nuestra isla podría ser utilizada como punto de lanzamiento o de logística en este conflicto, convirtiéndonos en un objetivo sin que se nos pida permiso.
Mientras Trump celebra su "éxito" y Netanyahu aplaude la "fuerza", aquí, en este archipiélago caribeño sin voz en Washington, sube la marea. Y en la brisa salada de esta noche, escuchamos con claridad el eco de una guerra que no elegimos, pero cuyas olas, sin la menor duda, romperán con furia en nuestras costas.
Mejor explicado y expuesta la situación de Puerto Rico 🇵🇷 no pudo ser expresada. 😔👏🏼
Mientras leo su escrito me bajan las làgrimas reconociendo que lo que dices es tan real. Se que muchas madres y abuelas, como yo se hacen esas mismas preguntas. Hoy, como muchas personas en el mundo no dormirè pensando en mis hijos, mis nietos y dos biznietos que vienen en camino y que todos se encuentran en EU. Uno de mis nietos està activo. Esta noticia duele en el alma. A nosotros, aqui en PR, como està la delincuencia y con un gobierno tan corrupto, carente de empatìa, no nos espera nada alagador, màs pobreza y hambre para la clase media, porque al pobre y al tramposo todo se lo dan. Solo nos queda encomendarno a Dios e implorar su misericordia